En la cuarta entrega de la serie sobre la impunidad en los homicidios contra la población LGBTI en Honduras, el relato del último día en la vida del joven bailarín de ballet Nino Emil Ramos
Nino Ramos era un sobresaliente bailarín progreseño. |
Desde niño soñaba con bailar: algunos lo comparaban con el
protagonista de la película Billy Elliot,
ya que traía en las venas la pasión por la danza. Nino Emil Ramos Flores salió de
su casa el viernes 12 de febrero de 2016 a las 9:00 pm.
Unas horas después, lo hallaron
muerto a machetazos.
La historia de Nino es única e
irrepetible como la de las 280 personas LGBTI que, según la organización
Cattrachas, han muerto violentamente en Honduras desde 2008 hasta diciembre de
2017.
Si en algo se parecen casi todas
esas muertes, es en que no hay culpables capturados por ellas. De hecho, según
las estadísticas de Cattrachas, al menos 60 casos del total de 280 han sido
judicializados. En el caso de Nino, quien siempre mantuvo en privado su
orientación sexual, a la impunidad por no haber sido ni siquiera judicializado se
agrega la sospecha de sus familiares de que las autoridades no se han tomado en
serio su trabajo ni han hecho todo lo posible por encontrar a los responsables
del crimen.
El día en que desapareció, Nino tenía
mucho que hacer. Era un joven activo, atlético, trabajador y jovial. Como se
acostumbra decir, era el centro de la fiesta, siempre alegrando con su risa
contagiosa a quienes lo rodeaban. Era viernes, sábado chiquito, como dicen en las ciudades hondureñas, y ni
siquiera el pronóstico de lluvia le quitaba la alegría a Nino. De hecho, los
días lluviosos eran sus favoritos: cuando hacía frío y llovía le gustaba dormir
de más.
Arregló las cosas de su cuarto en la
casa situada en la frontera entre las colonias Palermo y Fraternidad de la Paz,
en El Progreso, donde vivía. Dejó la camera y las fundas de su cama
perfectamente alisadas, como le habían enseñado en el Liceo Militar del Norte,
donde sacó la secundaria. Se bañó y se vistió. Le puso comida a Delilah, la
perrita de raza husky que su hermano Cristian
le había regalado en diciembre del 2015, y jugó un poco con ella. Delilah
dormía en la cama de Nino; él la llevaba a todas partes y la llamaba mi hija. Era una perrita vivaz, de pelo claro.
Temprano por la mañana recibió una
llamada de su prima Diana Ramos. Nino, que esa tarde tenía que ir a San Pedro a
arreglar asuntos de trabajo, le prometió traerle un celular que le estaban
reparando. Él trabajaba desde hacía 12 años como administrador del negocio
familiar, la Hojalatería Ramos, fundada 30 años atrás por su padre, Bernandino
Ramos Funes.
Nino había decidido abandonar el
baile porque no ganaba bien en su último trabajo en la danza y porque, como les
había contado a sus amigos y familiares, en Honduras a nadie le importaban las
artes. Había resuelto dedicarse por entero a trabajar con su familia en el
negocio situado en la segunda calle de la colonia Palermo para obtener mejores
ingresos y apoyar a su familia; en la hojalatería, las cosas no iban bien y estaba
casi en la quiebra.
A pesar de sus nuevos planes, bailar
profesionalmente había sido durante años su pasión principal. Cuando su madre
partió a Estados Unidos en el año 2000, llevándose a su hijo menor, Nino no
pudo sacar los papeles para irse con ellos porque ya tenía 17 años, una edad
demasiado avanzada, según las leyes estadounidenses. El destino trabaja de
formas extrañas: si Nino se hubiera ido de Honduras hace 17 años, su historia
sería distinta y no tendríamos que escribir este relato. Su tía se convirtió en
su segunda madre. A los 18 años de edad, Nino se fue a vivir a Tegucigalpa,
donde se aficionó al baile y, más tarde, a la danza árabe y al estilo llamado bellydance, o baile del vientre, al
conocer en la universidad a la bailarina Jimena Carías.
Nino Ramos vivió en Tegucigalpa, donde se aficionó al baile. En San Pedro Sula trabajó para Adagio Dance Studio. |
Después de graduarse de mercadotecnia,
Nino se mudó a San Pedro Sula, donde continuó practicando baile y recibió
clases del periodista y bailarín Georgino Orellana, quien, por cierto, fue asesinado
el 20 de abril de 2010 cerca del estadio Francisco Morazán. Nino trabajó en
Adagio Dance Studio, en la 9 calle y 14 avenida, y organizó eventos
internacionales, como la presentación de la bailarina estadounidense Sadie
Marquardt en el teatro Francisco Saybe en agosto de 2013.
Cuando Nino murió, tenía unos tres
años de haber regresado a vivir en El Progreso.
El cuarto de Nino tenía forma de
U, con dos puertas, la que comunicaba con el garaje y la que daba a la sala de
la casa. Después del almuerzo salió por la puerta que daba a la sala.
Llegó a las 2:00 pm, solo,
manejando el pickup del negocio de su papá, al bufete donde trabajaba su prima
Diana para recoger el papel con el que iba a reclamar el celular en el taller
de San Pedro.
Estuvo en el trabajo de Diana
hasta un poco después de las 3:00 pm. Volvió a subirse en el pickup y se fue a
San Pedro Sula. Un poco después, Diana intentó hablar con él por teléfono, pero
no le contestó; su celular sonaba apagado. Más tarde, ella volvió a intentar
comunicarse, esta vez por Facebook, pero nada. Diana no se preocupó demasiado,
pero ella y Nino eran como hermanos y pasaban pendientes uno del otro. Eran uña
y carne.
Nino Ramos organizó presentaciones de baile nacionales e internacionales. |
A las 7:40 pm, Nino volvió a la
casa de Diana, pero sin el celular. Se disculpó, diciendo que no le había
quedado tiempo de recogerlo. Diana lo hizo prometer que iría al día siguiente a
traer el teléfono y ella, a su vez, le prometió recordárselo llamándolo a las
7:00 am. Quién para saber que ninguna de las dos promesas se cumpliría.
Nino se quedó platicando con su
prima mientras ella cuidaba a su niña. Diana era el único de sus familiares con
quien Nino podía hablar abiertamente de su orientación sexual. Con el resto de
su familia, en cambio, optaba por mantenerse en silencio.
Diana preparó el pepe, como llaman
al biberón en Honduras, de su hija mientras Nino sostenía a la bebita que, en
un descuido, se le orinó encima. Diana tomó a la niña y, en ese momento, Nino
recibió una llamada a su celular. “¿Dónde estás? Bueno, ya voy”, le dijo a su
misterioso interlocutor.
La tía de Nino le ofreció cena,
pero él no la aceptó porque, según dijo, ya había comido y andaba el estómago
lleno. Eran las 8:00 y Nino se despidió. Diana, con su bebé en brazos, fue con
él hasta la puerta, pero no lo acompañó más lejos porque estaba lloviendo
fuerte. Lo vio alejarse, reflejado en los charcos de la calle.
Todo estaba bien. Diana se imaginó
que Nino aprovecharía el frío que tanto le gustaba para irse a casa a dormir
bien arropado. Pero el infortunio llega sin avisar.
Esa fue la última vez que Diana lo
vio con vida.
Las cosas empezaron a torcerse entre 5:00 y 6:00 am del
sábado 13, cuando Diana llamó a Nino para recordarle que le trajera el teléfono
de San Pedro Sula y el celular sonó apagado. Siguió llamándolo toda la mañana,
pero tuvo la misma suerte. Diana desistió de seguir llamando y se dedicó a las
tareas de la casa hasta las 11:00 am, cuando la madrastra de Nino la telefoneó
preguntándole por él. “Lo ocupan para algo en la hojalatería”, dijo. Diana le
contó lo de las llamadas, colgó y siguió ocupada con su niña.
Esa tarde, Lesly Flores, madre de
Nino, llamó a Diana. La señora se había vuelto a casar en EUA y estaba en
Honduras porque planeaba establecerse de nuevo en su país de origen. Preguntó
por Nino y Diana contó la historia; agregó que era mejor ir a la policía porque
el asunto se le hacía extraño. Nino no dejaba el celular apagado, argumentó.
“Él no es así”.
Doña Lesly llamó otra vez a Diana
a las 4:00 pm y Diana volvió a decirle lo mismo: el celular de Nino sonaba
apagado. ¿No era mejor ir a la policía? Diana se ofreció a ir con ellos a la
jefatura, pero oyó la voz del padre de Nino hablando al fondo: “Mejor no. Esa
misma pasada la ha hecho Nino ya antes. ¿Para qué hacer tanto escándalo?”. Diana
pensó que eso no era del todo cierto: cuando Nino se iba de casa, siempre
avisaba.
Esa noche había un evento en San
Pedro Sula en el que estaba el periodista Sabino Gámez, uno de los mejores
amigos de Nino. Desesperada por saber de Nino, Diana se fue al evento y le
preguntó a Gámez si sabía algo. Gámez empalideció al decir que no y,
preocupado, llamó a otro amigo de Nino. Su amigo contó que Nino le había
propuesto ir al estadio ese sábado temprano a ver el partido del equipo de
fútbol Honduras Progreso, pero le había sugerido que, en vez de ir al estadio,
fueran a tomar algo. Nino no aceptó. Eso fue lo último que su amigo supo de
Nino.
El domingo, la madre de Nino llegó
a casa de Diana. Estaba llorando, los ojos hinchados, angustiada, sin saber qué
hacer. ¿Dónde, dónde estaba Nino?
Decidieron ir a la policía. Antes
de irse, Diana telefoneó al abogado Marlon Rodríguez y él prometió llegar más
tarde a ayudarlas. Ella y doña Lesly llegaron a la posta de la Policía Nacional
frente al cementerio. Diana puso la denuncia presentándose como hermana de Nino.
Esperaron que las dejaran pasar y Diana le enseñó a un investigador la foto del
carro de Nino, un Pontiac Vibe blanco del 2007 que el hermano de él le había
regalado cuando Nino cumplió 33 años un mes antes, el 21 de enero.
El investigador terminó de apuntar
todos los datos que le estaban dando, vio la foto del Pontiac blanco e hizo una
mueca de intriga. Diana quedó igual de intrigada al ver la cara del
investigador, quien le pidió a la mamá de Nino el fólder con los documentos del
carro y comenzó a dirigirse a la puerta trasera. “Espéreme acá”, le dijo a
Diana al ver que ella se levantaba del asiento. Diana no hizo caso. El
investigador salió y lo que Diana vio hizo que su corazón le saltara dentro del
pecho.
El carro de Nino estaba en el
estacionamiento.
Lo habían hallado abandonado y
encendido en la colonia San Jorge.
Diana sintió que el cuerpo se le aligeraba.
El carro estaba sucio, pero intacto y sin abolladuras. Entonces, a lo mejor,
Nino estaba preso por haber cometido alguna travesura. Tenía sus momentos de
locura, como mucha gente, y con unos tragos encima… Ya antes había hecho
algunas cosas indebidas cuando salía con sus amigos, pero nada grave, en
realidad. Sí, a lo mejor era eso, respiró Diana.
En ese momento llegó el abogado
Rodríguez, saludó a Diana y su madrina y se puso a platicar con los
investigadores. ¿Usted conoce a Nino Emil Ramos?, le preguntaron. Claro, dijo,
lo conocía desde que estaba así de chiquito. ¿Cómo es él?, le preguntaron a
Diana. Un muchacho blanco, sin tatuajes, con frenillos en los dientes, ¿por
qué? El policía le mostró la pantalla de su celular al abogado, pero se
descuidó y Diana le arrebató el teléfono. Sintió que el piso se hundía.
En la pantalla aparecía Nino, sin
camisa, con jeans y faja, cubierto de sangre y heridas, los brazos
completamente lacerados, tirado en algo parecido a un solar baldío. Lo habían matado
de diez machetazos, casi todos en el cuello.
Nadie ha pagado por la muerte violenta de Nino Emil Ramos.
Como es común en Honduras, su caso ni siquiera está
judicializado. Se encuentra, por así decirlo, en el vacío investigativo al que
van a dar los miles de expedientes de personas que, como Nino, mueren violentamente
cada año en Honduras. Luis Velásquez, sociólogo que trabaja para el Centro Universitario
Regional del Litoral Atlántico, opina que casos como este no son prioridad para
las instituciones públicas porque no se trata de miembros de las familias de
mayor poder político y económico del país y porque falta demanda social de
justicia.
A Nino lo raptaron tres hombres,
según los policías. Uno de los secuestradores -y, luego, asesinos- condujo el
Pontiac blanco mientras los otros dos agarraban a Nino. Había, agregaron los
investigadores, señales de lucha dentro del carro: un navajazo o puñalada que
tasajeaba el asiento de enfrente, al lado del conductor.
Nino era joven y fuerte, medía
1.86 metros de estatura, llevaba años de ejercitarse con el propósito de
mantenerse flexible para el baile y solía transportar sobre los hombros grandes
cargas en su trabajo en la hojalatería. Debido a la fortaleza física de Nino, según
las investigaciones, logró escaparse en algún momento, pero sus raptores
volvieron a agarrarlo y lo metieron dentro del baúl del Pontiac. En la tapa del
baúl se veían las marcas de las suelas de sus zapatos.
La policía asegura que Nino fue
asesinado la madrugada del sábado 13. Por sus características, el asesinato de
Nino es un crimen de odio debido al ensañamiento con que sus asesinos lo
cometieron. Para el Observatorio de la Violencia de la Universidad Nacional
Autónoma, las personas de la diversidad sexual como Nino son extremadamente
vulnerables y expuestas a agresiones físicas y emocionales.
La justicia hondureña es casi tan
escurridiza como los maleantes que tienen sitiados a los ciudadanos comunes. En
2008, cinco personas pertenecientes a la diversidad sexual fueron asesinadas y
la cifra no ha dejado de aumentar, con leves decrecimientos a lo largo de los
años y dos picos: 40 en 2012 y 37 en 2015, el año antes de que mataran a Nino.
El caso de Nino Emil Ramos es una
muestra de la enorme dificultad de que los seres queridos de una persona
asesinada, sea o no LGBTI, obtengan justicia. Después de incontables llamadas
telefónicas y visitas a los responsables y fiscales encargados de llevar el
caso de Nino, la familia solo obtuvo evasivas durante ocho meses de insistencia.
La fiscalía les decía que estaban investigando, que los llamarían en un día
determinado, que acababan de cambiar fiscal y el nuevo no conocía los
expedientes.
Los familiares de Nino fueron de
fiscal en fiscal, de oficina en oficina, de investigador en investigador e
insistían tanto que sintieron en algún momento que los encargados del caso
comenzaban a verlos con antipatía y rechazo. Los policías jamás les dieron el
dictamen de la autopsia y, aunque aseguraban que se había hecho un vaciado
telefónico, nadie vio pruebas de que tal procedimiento se haya llevado a cabo.
Los Ramos tuvieron un momento de
esperanza cuando un equipo de investigadores entrenados por Estados Unidos y
especializados en crímenes de odio contra la comunidad LGBTI se entrevistaron
con la familia, días después del entierro de Nino.
Pasaron los días y las cosas
quedaron iguales.
El domingo 14, dos días después de la desaparición de Nino,
su papá y otros familiares y amigos habían llegado a la morgue de Medicina
Forense en la colonia Jardines del Valle, al noroeste de San Pedro Sula, cerca del
centro regional de la Universidad Nacional Autónoma, para reclamar su cadáver.
Lo sacaron de la bolsa para meterlo al carro donde se lo llevaron. El cuerpo
tenía profundas cortaduras en el estómago que los empleados de la morgue habían
intentado coser con grapas.
Nino Ramos tenía 33 años cuando lo asesinaron. |
Nino Emil Ramos Flores, descrito
como trabajador y soñador por Sabino Gámez y como una luz por Sadie Marquardt,
fue velado en la sala de la casa de un solo piso y de paredes de color salmón
donde él vivía con su padre y madrastra en la colonia Palermo. Sobre el ataúd,
su familia puso arreglos florales y fotos de Nino en traje de baile y con el
uniforme del Liceo Militar del Norte donde estudió. Al final del velatorio
llevaron el féretro por las calles de tierra hasta el cementerio Amor Eterno.
Mucha gente fue al entierro.
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